XV – Entre Odones y dragones: Confusiones (II)

Atalanta se colocó frente al Guardián de la Oscuridad.

-Necesitamos que brindes la mitad de tu poder para forjar una herramienta que pueda controlar mi elemento –le dijo-. No tienes porque involucrarte en las batallas que se avecinan si no quieres hacerlo. Nadie te controlará a ti, te lo prometo.

El pánico pareció apoderarse de gran parte de los hechiceros.

-¡Todos moriremos! –exclamaron unos.
-¡Los Reinos Aliados finalmente terminaran con nosotros! –gritaron otros.
-¡Es un castigo por parte del Guardián de la Oscuridad! -sollozó una joven hechicera a la vez que se arrodillaba ante aquella deidad capaz de inspirarle respeto y temor en partes iguales-. ¡Estamos malditos!
-Los humanos resultaron ser unas criaturas sorprendentes –rugió Sigmar. Siempre supe que algún día el futuro de la Tierra Interior dependería de ellos casi tanto como lo hace de nosotros.

Meleagro, incrédulo, fijó su mirada sobre los mérlidos, aquellas criaturas apenas diferentes del resto de los humanos. A lo largo de millones de años, el Guardián de la Tierra había visto a miles de especies aparecer para luego desaparecer sin dejar rastro. Algunas duraban más que otras, eso era cierto, pero tarde o temprano todas, sin excepción, se volvían polvo. No importaba cuan inteligentes o puros pudiesen ser los hechiceros, su promedio de vida no superaba los cien años: un guiño en la historia de los tiempos.
-NO DEBERÍAS PREOCUPARTE, CRIATURA –rugió, dirigiéndose a la joven hechicera que se hallaba al borde del colapso-. AL IGUAL QUE TUS ANTEPASADOS Y DESCENDIENTES, HAS VENIDO AL MUNDO A MORIR Y NADA MÁS. ASÍ FUISTE CREADA. LO QUE HACES MIENTRAS VIVES ES LO QUE DEBERÍA IMPORTARTE, PERO TU DESTINO ES INEXORABLE, ACÉPTALO.

Tarbo sujetó a Yildiray por su túnica con una de sus garras hasta que el mismo estuvo a unos pocos centímetros de su hocico.

-El poder corrompe el espíritu de las criaturas –murmuró.

El jefe mérlido, lejos de mostrarse sorprendido o asustado, se mantuvo imperturbable a pesar de que su larga barba estuvo a punto de chamuscarse con el ardiente y fétido aliento del dragón. Con voz firme, exclamó:

-Hemos sido sus adoradores desde que tenemos memoria y hemos dedicado cada instante de nuestras vidas a servirte fielmente. No pertenecemos a una tribu guerrera, y mucho nos ha costado adaptarnos a la idea de luchar como soldados, arriesgando a nuestras mujeres y niños. ¡Es por eso que necesitamos del apoyo de todos ustedes! ¡Por favor se lo ruego, noble Guardián, no nos condene a la destrucción!

Tarbo depositó gentilmente al mago en el suelo, con cuidado de no eliminarlo por accidente. Yildiray, ignorando su avanzada edad y aparentemente pésima condición física, saltó ágilmente sobre uno de los altares erigidos previamente y con motivo de aquella ceremonia.

-Particularmente a los hajbiros -continuó diciendo Tarbo-, que en unos pocos miles de años han modificado este planeta más de lo que cualquier otra especie viviente pudo haberlo hecho en toda su historia. Si obtienen el poder absoluto, se corromperán por completo. No podemos dejar que destruyan a los mérlidos, pero Norfolk no está aquí para develarnos el futuro, y estas nobles criaturas nos han sido leales durante toda su vida sin pedir nada a cambio.
Hizo una breve pausa y agregó:
-De no haber sido por ellas, aún estaríamos solos en este Universo.
-Con los mérlidos o sin ellos, deberíamos permanecer unidos –exclamó efusivamente el Guardián del Aire-. Nuestra fuerza proviene de nuestra unión y equilibrio. Es por eso que no podemos separarnos.
-EL EQUILIBRIO SE PERDIÓ Y YA NO VOLVERÁ –bramó Meleagro-. DESDE EL MOMENTO EN QUE SILVERADO DESAPARECIÓ, LOS PLANETAS HERMANOS CASI HAN DEJADO DE NECESITARNOS. NO SEREMOS NOSOTROS, SINO LOS HUMANOS, QUIENES DECIDIRÁN EL RUMBO DE LA HISTORIA DE AQUÍ EN MÁS…

XV – Entre Odones y dragones: Confusiones

Las ceremonias llevadas a cabo por los hechiceros se prolongaron durante interminables semanas ante semejante acontecimiento. Sin embargo, el resultado final terminó por justificar cada segundo invertido en el proceso. Desde la cadena de Kiamao y en la cima de Athuslhos, el más elevado de los picos cercanos a Amnia, el Guardián del Agua pudo presenciar con increíble fascinación el momento en que los mérlidos lograron condensar toda la energía liberada hasta darle la forma de una gema, convirtiéndola en un elemento capaz de comprimir el espíritu del Agua dentro de si mismo.

Una vez finalizado su nonagésimo discurso ante sus iguales, Yildiray se apoderó de aquella piedra. Un líquido tan negro como su túnica manó desde sus manos hasta materializarse en una especie de tiara azul, que encerrando la gema del Agua, se elevó hasta posarse sobre su brazo izquierdo. El mérlido pudo sentir como todo su cuerpo se estremecía ante semejante poder, pero aquella sensación no se le presentaba para nada desagradable. La explosión inicial había costado la vida de casi un centenar de hechiceros, y los mismos serían recordados como mártires a través de los siglos. Un pequeño precio a pagar, teniendo en cuenta que los Guardianes evitarían así la desaparición de millones.

-¡Hermanos! –exclamó Yildiray tan emocionado como satisfecho-. ¡Ha llegado el momento que tanto habíamos esperado! El poder de los Guardianes ahora es nuestro, y ningún ejército podrá jamás pretender que cedamos a sus peticiones. ¡Podremos vivir en paz!

Una multitud formada por cientos de miles de hechiceros se arrodilló al tiempo que realizaba mil y una reverencias ante los iguales de aquel dragón que tan generosamente había cedido su poder a favor de la salvación de su pueblo. Las oraciones, ofrendas y sacrificios realizados durante años no habían sido en vano, después de todo. Yildiray dio varios pasos en dirección a una pequeña anciana vestida de furioso color rojo, y tras subir una serie de peldaños rústicamente modelados en la montaña, se inclinó frente a ella. Sin levantarse, echó una mirada sobre el esplendoroso Orbis, que realizó un gesto afirmativo con su cabeza y rugió:
-Ella lo hará bien.
Con lágrimas en sus ojos, Reika Yune recibió la tiara de manos del Jefe del Consejo. Luego, con paso solemne, caminó un largo trecho hasta ubicarse junto al Guardián del Fuego. Protegida por el espíritu del Agua, la hechicera se montó sobre su llameante lomo rezando una oración y sin sentir siquiera el más leve cambio en la temperatura del aire.

-El primer shojin ha nacido –murmuró Yildiray para sus adentros-. Bendito sea el suelo bajo sus pies.
Seguidamente, y elevando el tono de su voz para que lo escuchasen sus iguales, continuó diciendo:
-Diez fueron en el momento de su creación y desde el Cielo han descendido para aquietar nuestras penas, y calmar el dolor de este planeta, que es nuestro dolor. Ocho de nosotros seremos elegidos para llevar con justicia su incalculable poder. ¡Seremos los representantes de todo un pueblo, porque los dioses así lo han querido! ¡Aquí comienza una nueva era para los mérlidos! ¡Aquí comienza la era de los Odones!

Las manifestaciones de alegría por parte de los mérlidos parecieron duplicar su intensidad cuando Sigmar se acercó a la hechicera para decirle:

-Criatura, la gema que llevas sobre tu frente encierra las fuerzas del Agua. Te permitirá ejercer un control total sobre el Guardián del Fuego, gracias a que el mismo te ha aceptado como a su amo. Deberás usar tu nuevo don con sabiduría, anteponiendo la vida en el Tercer Planeta por sobre todas las cosas. Solo así podrás conservarlo.

Hizo una pausa y dirigiéndose a sus hermanos bramó:

-La guerra es inevitable. Los hajbiros atacarán y sin nuestra ayuda los mérlidos serán exterminados, pero nuestras fuerzas no son las que poseíamos hace millones de años, y nuestros lideres ya no se encuentran entre nosotros. Es por eso que cada uno decidirá si pelea o no, en esta batalla.

Maelstrom sacudió su cabeza de un lado hacia el otro, dando claras señales de no estar del todo satisfecho con la idea de aliarse a los mérlidos. Los hechiceros allí presentes se horrorizaron ante la idea de haber enojado de alguna manera al Guardián de la Oscuridad, y soltaron sus mejores gritos de terror cuando éste desplegó sus alas para elevarse en las alturas.

-Ssomoss loss Guardianess Elementaless, no ssomos diosses –murmuró Maelstrom posando su fría mirada sobre un joven mérlido que se asomaba por detrás de unas rocas y temblaba como una hoja-. Loss humanoss sson criaturass muy inferioress y essstán desstinadass a eliminarsse entre ssí. Elloss sserán loss ressponsabless de la dessstrucssión de Momenta, y nuesstro deber ess protegerla a cualquier cossto. Ya he sseguido a demassiadoss lideresss, y todoss sse han equivocado en ssus dessisioness. ¿Por qué tomar parte en una guerra sssin sssentido?

XIV – Testigos de la historia (V)

Fargo se dio la vuelta, y suspiró profundamente mientras que Royd y los demás se dedicaban a interpretar el significado de los diversos tallados. Sebastián caminó hasta situarse a su lado y al elevar la mirada pudo ver que el mérlido se hallaba sonriendo, con los ojos perdidos entre los garabatos de los muros más altos. Aquella no era una sonrisa como cualquier otra, y dejaba entrever cierta tristeza disimulada. Al darse cuenta de que estaba siendo observado, el hechicero cambió súbitamente la expresión de su rostro.

-¡Hey! –le dijo el niño a viva voz y atrayendo la atención del resto de sus compañeros-. ¿Te pasa algo?
Fargo posó su arrugada mano derecha sobre la cabeza del niño y respondió:
-No es nada. Tan solo estoy tratando de lidiar con la emoción. Eso no es bueno para un anciano como yo.
Sebastián pareció aliviarse.
-Eso no es nada –replicó-. Creí que las subidas te habían dado ganas de vomitar, como a mí.

Aún no había terminado de hablar cuando el suelo volvió a ponerse en movimiento. Esta vez lo hizo hasta alcanzar una enorme y descolorida ilustración que mostraba a los hechiceros siendo acorralados por los hajbiros. Allí, Norfolk retomó su discurso.

-Cuando los hajbiros se separaron de los mérlidos –dijo-, el hermano pequeño parecía ser enorme. El tiempo, no obstante, lo cambió todo, una vez más.
-No entiendo –dijo Sebastián-. ¿Eso es malo?
Norfolk se quedó en silencio, como aguardando decepcionado a que el niño encontrase por si mismo la respuesta a su pregunta, pero eso no sucedió.
-¿No recuerdan lo que Altiviades nos dijo en la cabaña? –preguntó Guido finalmente-. ¡Las Guerras Grandes! ¡Los Reinos Aliados!
-¡Es verdad! -exclamó el Tortuguita-. ¡La batalla entre la ciencia y la magia!

Altiviades comenzó a hablar con voz serena y mesurada.

–Algunos de los Reinos Aliados lograron evolucionar y expandirse a una velocidad muy superior a la del pueblo mérlido, por lo que muy pronto necesitaron de más tierras y recursos. Eso terminó por enfrentar a ambos bandos en lo que sería conocido luego como la primera de las Guerras Grandes. Los Guardianes Elementales no pudieron evitar involucrarse.
Guido frunció el ceño.
-Entonces –dijo-, los mérlidos controlaron a los Guardianes Elementales, pero ¿Como lo hicieron?
-Un consejo formado por los más poderosos hechiceros fue fundado –respondió Altiviades ante la atenta mirada de Norfolk-. Sus miembros, los Odones, presentaron sus respetos a los Guardianes, pidiendo su ayuda.
-¿Los hechiceros no podían defenderse solos? –preguntó Sebastián.
-Los mérlidos odiamos la violencia –murmuró Fargo-. No forma parte de nuestra naturaleza. El hecho de que nuestros corazones puedan percibir la respiración de este planeta nos basta para ser felices.

Altiviades negó con la cabeza y continuó hablando.

-Pese a que los mérlidos eran superiores en sus capacidades naturales, las tropas pertenecientes a los Reinos Aliados los sobrepasaban abrumadoramente tanto en número como en recursos. La derrota sería sólo cuestión de tiempo y Yildiray, el Jefe del Consejo, no estaba dispuesto a ver como su pueblo era masacrado y eliminado sistemáticamente.

Durante unos segundos, todos se quedaron en silencio.

-¿Y qué pasó entonces? –preguntó César.
-Los Guardianes sintieron lástima por aquellas criaturas que tanto los habían adorado a lo largo de los siglos, y con las cuales habían aprendido a relacionarse –respondió Norfolk-. Su sabiduría y sentido de la camaradería los llevaron a unírseles.
-Aunque lo hicieron a su manera -añadió Royd, contento de poder opinar.

Los niños se encogieron de hombros.

-¿A su manera? –preguntó Sebastián.

Guido observó detenidamente una ilustración en la que los dragones elementales eran guiados por un grupo de mérlidos como si se tratasen de un rebaño de ovejas gigantes siendo arriado por sus pastores. Se le hizo un nudo en el estómago.

-Los Guardianes Elementales se comprometieron a ayudar a los hechiceros siempre y cuando éstos jurasen no lastimar el planeta durante la batalla –contestó Altiviades-. Éstos aceptaron la propuesta de inmediato, pero para someter a cada uno de los dragones sería necesaria una increíble destreza. Los mérlidos tuvieron que comprimir cada uno de los elementos para poder usarlos en los dragones, y al fin, poder controlarlos.

XIV – Testigos de la historia (IV)

El ascenso se detuvo y la piedra azul desapareció. Todo el lugar se oscureció quedando apenas iluminado por la vela en el yelmo de Maurice. Antes de que los viajeros comenzaran a preguntarse acerca de lo sucedido, un dibujo ubicado justo frente a Guido comenzó a brillar como la pantalla de un televisor.

-El hueco en la existencia fue establecido prodigiosamente –rugió Norfolk-. El hermano pequeño y toda la vida en él fueron absorbidos, pero la fatiga impidió que pudiésemos cerrarlo. El balance entre dimensiones se interrumpió, dando origen al laberinto más devastador laberinto.

El dibujo luminoso mostraba al dragón de tres cabezas y a sus ocho ayudantes flotando alrededor de la Tierra Interior, soltando cintas de colores desde sus garras. Como si de una revista de historietas se tratase, los dibujos vecinos mostraban a Norfolk luchando contra una gigantesca esfera de pura energía. En el último de ellos, el Guardián del Tiempo aparecía flotando en total soledad, a mitad de camino entre Momenta y el Tercer Planeta.

-Elegí proteger la vida en los hermanos fundamentales con mi sacrificio –dijo la cabeza del pasado-, como lo había hecho Silverado. El portal se cerró violentamente, llevándose consigo a este planeta y a al resto de los Guardianes Elementales, pero la energía liberada por la explosión creó el Edén: un nuevo vacío atractivo, existente en los dos mundos al mismo tiempo. Un espacio carente de equilibrio donde lo posible y lo imposible son la misma cosa.

Guido apoyó la palma de su mano derecha contra la piedra, y volteando su cabeza hacia el Guardián, murmuró:
-Bueno, ahora sabemos como llegaste a este lugar.
-A mi me gustaría saber como llegamos “nosotros” a este lugar –intervino Sebastián-. ¿Soy el único que piensa así?
La cabeza central de Norfolk clavó su mirada sobre el niño, con aire sereno.
-Ten paciencia –le dijo-. Es necesario que lo sepas todo.

El retorno de la piedra brillante deshizo la oscuridad mientras que el suelo de la Torre de Tragantipia volvió a subir vertiginosamente tan solo para detenerse con suavidad frente a una inmensa imagen que representaba la aparición de los hombres en Momenta. Los grabados siguientes parecían explicar los primeros años de su evolución y la vida en comunidades.

-Los Guardianes de la Luz, la Oscuridad, la Vida, la Muerte, la Tierra, el Agua y el Fuego acompañaron al hombre desde el mismo momento en que éste apareció -dijo Norfolk-. Por primera vez en millones de años, se encontraron frente a unas criaturas poseedoras de una inteligencia y una conciencia similares a las suyas.

Guido paseó su mirada sin rumbo fijo hasta posarla sobre una ilustración de un tamaño mucho mayor al de las restantes. Notó que en ella un reducido grupo de personas se encontraba arrodillado junto a los dragones.

-A causa su propia naturaleza, los hombres reaccionaron de diversas maneras ante los Guardianes Elementales –dijo el dragón-. Pocos, con sus capacidades especiales, eventualmente lograron aprender a comunicarse con ellos y los adoraron como a hijos de los dioses. Pero muchos no pudieron comprenderlos y no vieron en ellos sino bestias. Así, la raza humana se dividió definitivamente, quedando los dragones y los mérlidos por un lado, y los hajbiros por el otro.

-¿Hajbiros? -preguntó Guido.

-Los hechiceros utilizan esa palabra para referirse a los humanos comunes y corrientes que no pueden sentir el flujo de la mitta –respondió Altiviades-. Es un vocablo tan antiguo como el habla y significa: “Aquel que no sepa sentir el flujo”, o: “el bruto”, “el insensible.”

XIV – Testigos de la historia (III)

Fargo, que había permanecido inmóvil y en silencio durante todo el rato, asintió con la cabeza sin escandalizarse. Era más que evidente que tanto él como Altiviades conocían de antemano aquella historia. Maurice, a un costado, también se comportaba como una estatua que no emitía siquiera el más ligero sonido, pero eso se había convertido en algo muy común en él, por otras razones mucho más confusas.

-Me transformé en el nuevo líder –murmuró la cabeza del pasado-. Por un instante, creí que podríamos lograrlo. Fue nuestro deseo de continuar lo comenzado por el Dragón Astral lo que nubló mi razón, llevándome a intentar lo imposible.

Por enésima vez y resplandor mediante, Guido y los demás fueron transportados a un nuevo lugar que a primera vista resultó desconocido para todos a excepción de Fargo. Los ojos de aquel viejo mérlido se iluminaron repentinamente.

-¡Bendito este lugar! –exclamó emocionado.

Se puso de pie, para luego caminar en círculos hasta detenerse frente a uno de los incontables grabados que se hallaban decorando las paredes. En el centro de aquel bizarro recinto circular, una extraña piedra flotante de color azul despedía luz como si se tratase de una bombilla eléctrica.
-¡Amnia! -continuó diciendo el mago-. ¡La historia de los tiempos se encuentra frente a mí! ¡Tragantipia! ¡Bendito sea este suelo!

Altiviades fue testigo del desconcierto en los niños. Se acercó a ellos sigilosamente.
-Amnia solía ser la Capital Religiosa de los mérlidos –les dijo en un susurro-. La ciudad más importante para todos los místicos y hechiceros.
-¿Solía ser? -preguntó César-. Eso quiere decir que ya no existe…
Altiviades sacudió la cabeza afirmativamente.
-Los ataques Aliados la destruyeron al término de la Primer Gran Guerra –dijo-. Sus ruinas aún se conservan en algún lugar dentro de los límites de las tierras mérlidas, aunque no sé exactamente dónde.
Luego caminó hasta posar su mano sobre una de las paredes y agregó:
-Estas escenas talladas me hacen creer que nos encontramos dentro de la Torre de Tragantipia.
Sebastián se puso de pie.
-¿Y qué es eso? –preguntó.
-Una construcción absolutamente maravillosa -respondió Altiviades-. Su aspecto exterior era el de una gigantesca serpiente enrollada sobre si misma, y sus paredes interiores contaban la historia del Universo a través de esos dibujos. Era muy, muy antigua y de forma cilíndrica. Contaba con varios cientos de pisos y a medida que el tiempo pasaba, se le iban agregando otros nuevos, por lo que se hallaba constantemente inconclusa. Las autoridades mérlidas eran las únicas con acceso a ella debido a que creían que conociendo el pasado y el presente, algún día se podría llegar a predecir el futuro, ubicado en lo más alto de la edificación, en la cola del reptil. Semejante revelación estaba destinada a mantenerse oculta del resto del mundo.

Los niños automáticamente relacionaron aquellas imágenes talladas con las que habían visto en muchos documentales televisivos. Aunque algo rústicos y acompañados de ininteligibles escrituras mérlidas, los dibujos resultaban perfectamente entendibles y conformaban algo así como el libro de memorias e ilustraciones más viejo del mundo. Una de las imágenes en particular llamó la atención de Guido y Sebastián, que no tuvieron que pensar demasiado para darse cuenta de que la criatura allí ilustrada no era otro que el mismísimo Silverado, con sus garras puestas sobre el meteoro.

-Altiviades tiene razón –murmuró el Tortuguita señalando la parte superior del muro-. Parece que arriba hay más dibujos.
Sebastián estiró su cuello y se paró en puntas de pie, buscando una mejor perspectiva.
-Puedo ver las patas de unos dragones –dijo desanimado-. Nada más.

La suerte quiso que su frustración no durase demasiado: con un movimiento casi imperceptible, el suelo comenzó a sacudirse y elevarse, convirtiéndose en un rocoso disco flotante. Guido vio entonces que, bajo sus pies, también habían sido tallados algunos extraños garabatos y escrituras que despedían un suave fulgor de color verde fosforescente.

-Un buen hechicero no necesita escaleras –comentó Fargo sonriendo.